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Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana VI (La escurridiza verdad)

“El ejercicio de poder sobre la gente con el fin de dañarla parece tener dos fuentes básicas. La primera es la escasez. (…) La segunda (…) es algo que se usa como una defensa contra las acusaciones de indignidad que surgen del interior de uno mismo, o también del exterior.”

Claude Steiner.

¿Qué papel juega la sexualidad en las cosas espirituales? ¿De verdad un brujo tiene poder para quitar maleficios o beneficios recibidos en la infancia? Buscar estas respuestas se había vuelto tan apasionante como la idea de atraer al evasivo Don Arturbio y la escurridiza verdad, se anunciaba en el consultorio de mi psicóloga, o hacía brillar alguna lucecita en el altar del señor Molina, pero no acababa de salir.

Cuando el señor “Gurú” me dijo que se necesitaban sesenta y tres veladoras por Arturo y sesenta y tres por mí para iniciar los trabajos de rompimiento del hechizo que nos impedía querernos, salí a buscar una banca de jardín. En la comodidad del kiosco de Huipulco, multipliqué ciento veintiséis por veinticinco, lo cual arrojó la cantidad de tres mil ciento cincuenta. A pesar de que hay veladoras que cuestan menos de veinticinco pesos, no tenía opción de comprar a otro precio. Para el estimado brujo, las veladoras que funcionaban eran las recomendadas por él. Tres mil ciento cincuenta pesos era mucho dinero, sin embargo, tenía miedo de acabar peleada con mi chamán favorito y me dolía comenzar el duelo por la pérdida del galán.

Me entregué de lleno a comprar las dichas veladoras, pero, como no podía entregarle el dinero de sopetón, me sugirió que le llevara poco a poco y que fuera haciendo mi cuenta. Se me ocurrió observar sus reacciones; su forma de agarrar billetes y monedas. La primera entrega, fue de cuatrocientos pesos, que respetuosamente, se guardó en la bolsa, casi diría, con veneración. Luego dí ciento sesenta, luego cien, después ochenta, pero un día sólo pude llevar cincuenta. Cinco monedas de diez pesos que aventó en un canasto como si fueran basura. Y ese era el desapego material del que tanto blasonaba. Ahí estaba una muestra de su alto nivel espiritual.

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Ya iban setecientos noventa pesos; quedaban dos mil trescientos sesenta. Creo que debió darse cuenta de que lo observaba, porque se volvió más discreto en sus modales al recibir mis dádivas. Me ausenté un tiempo, aquí empecé a sentir el impulso de alejarme, de romper el lazo de dependencia que ya duraba más de diez años.

Llegué en Agosto del 2003 con doscientos sesenta pesos, luego llevé ciento sesenta, a fin de mes, ciento cuarenta, y dos entregas más de cien y sesenta pesos respectivamente. Iban ya mil quinientos diez. El no dejaba de hacer mención de mis poderes, de la misión que traigo, y yo no acababa de tener claro si estaba siendo invitada por un masón a la masonería, ni a honras de qué; a fin de cuentas, no era más que una necia solitaria que estaba ahí, regalando su dinero por aferrarse a cosas que no estaban dentro de la realidad.

La vida es un ministeriote público, porque nada más con dinero se arreglan las cosas. Lo barato sale caro, decían mi madre y mi abuela. Si no hubiera tenido cien pesos cada semana para pagar mis sesiones con Dora Luz y Mireya, ¿de dónde habría tomado la iniciativa de investigar esa parte oscura que me hacía creerme bruja? Si no hubiera tenido dos mil quinientos pesos, que fue  en total lo que recibió el señor Molina, ¿hubiera tenido manera de crear mi diario, herramienta valiosísima, para saber mis porqués?

Me faltaban seiscientos cincuenta pesos para completar la cantidad que me había pedido el señor “Gurú” y decidí que no volvería más, pero esas seiscientas cincuenta monedas de a peso me estaban haciendo un ruido infernal. Revisé las cinco opciones que tenía:

  1. Dárselas sin decir nada, ni volver a pasar por su triángulo de fuego.
  2. Mandárselas en un giro telegráfico.
  3. Llevarlas mejor de limosna a una iglesia.
  4. Gastarlas en mí.
  5. Olvidarme por completo de ganarlas, ni para él ni para mí, después de todo, el señor estaba, pero más que bien pagado.

¿En qué es mejor creer? ¿En la brujería? ¿En Dios? El que pierde la fé se vuelve crédulo, ¿me estaba sucediendo eso? ¿Era niña cuando empecé a creer? ¿Cuándo supe que no debía creer para poder defenderme? ¿Y de qué?

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El señor Molina me decía que no hiciera preguntas. En una de las jornadas en el templo, tuve mi primer trance. Así nada más, sin ser médium, Arturo tomó posesión de mi cuerpo –no entiendo cómo-  y dijo que quería ser salvado por mí. Ese día llegué al templo angustiada. No había podido dormir y hasta se me olvidó desayunar. Hice una concentración antes de ponerme en camino y vi más colorcitos que antes. Cuando volví en mí, es decir cuando dejé de hablar sin control, dudé. Me atreví a preguntar si había manera de saber qué estaba haciendo el añorado al momento de tener ese trance, y se me respondió que en aquel instante, Nachtoyollotzin Arturo estaba ebrio y por tal motivo, se pudo desprender.

Veinte días después, tuve otro. Exactamente las mismas peticiones de la vez anterior. Como si el tal espíritu no hubiera sido escuchado y todos los brujos allí reunidos fueran funcionarios del gobierno, especialistas en hacer caso omiso. Si había médiums más receptivos que yo, ¿por qué no tomó posesión de otro cuerpo? ¿Por qué afirmaba el hermano que Arturo estaba borracho? ¿Lo había visto? Cuando se conoce la forma alcohólica de ser, el enfermo se vuelve predecible, ¡pero no hasta el punto de saber a qué hora se caerá de briago!

Si lo que estaba viendo en casa, en las concentraciones, era señal de clarividencia, se me antojó también cuestionable; es algo que todos podemos ver con un poquito de relax, de otra manera, la publicidad no podría valerse de los subliminales, dibujos ocultos en los anuncios, que tienen el propósito de ilustrar la promesa que hacen al consumidor: si fumas Camel, viajarás por el mundo y embarazarás a muchas mujeres; si tomas Calvert, tendrás una isla para ti solito; me rehusaba a pensar que era una superdotada, simplemente, me estaba dando un momento de relax.

Pero el relax es algo que no pueden darse aquellos que viven en la pobreza, y entonces, mi osadía fue castigada por una vecina, que me robó del tendedero. Este fue uno de los incidentes que me volvieron a enganchar cuando estaba a punto de desentenderme.

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Ya me había quitado antes una sábana, y no faltó quién sacara a colación esa historia de que si agarran ropa del tendedero es para hacer brujería. Creo que esta señora, además de que no tenía para comprar una sábana, quiso hacerme la maldad. Su padre me pretendió sin éxito. Ella estaba de acuerdo porque necesitaba una estúpida que se pusiera a lavar los cerros de ropa sucia que le generaban ese señor y sus hermanos, no había ninguna oferta de cariño; era un rescate, así como con Irma, que estaba en condiciones de atender nada más a un borracho, pero se atrajo a siete. Siempre hay gente que quiere que los demás se dejen pisotear; una mujer sola es más propensa a que abusen de ella porque se la percibe como un bien mostrenco.

¿Por qué pude distinguir el juego con los vecinos y no lo pude hacer en la fonda? Porque la soledad pesa, especialmente cuando hay que elegir entre un señor como el padre de mi vecina, que estuvo en la cárcel porque desarma carros robados; o un vigilante de supermercado que se cree militar de carrera; o un individuo que no especificaba su ocupación y que en el 68 trabajó del lado de los represores; para que un taxista alcoholizado resultara el mejorcito de todos, no me queda más remedio que aceptar el bajón; observar quiénes son y a qué se dedican los hombres que quieren con una, ayuda a saber qué lugar se tiene en la escala social. Ubicarse duele. Uno de mis consuelos en la vida ha sido creer que no tengo esposo, porque ni a pretendientes llego.

Un gancho muy importante de la brujería es que promete poseer la voluntad de los demás; al vecino es imposible amedrentarlo igual que a un hijo, porque no está tan abierto emocionalmente ni depende de nosotros para sobrevivir, por eso las ostentaciones: todas esas cosas de hacer  perdidiza la ropa que se pone a secar, regar sal o dejar macetitas y listoncitos en la puerta de una casa, son ostentaciones, para dar inseguridad; y aunque luchaba por no comprar el boleto, estaba angustiada:¡sí creía que a los que se divirtieron a mis costillas, se les estaba regresando el daño y daban patadas de ahogado!

Irma dejó de abrir su negocio y, desde el domingo anterior vi un revoltijo de cosas y trabajadores. Me dijeron que se estaba remodelando el lugar, entonces ella salió y me aseguró, primero, que se marchaba; después que no, que sólo iba a reducirse al local pequeño que había tenido desde el principio. Al día siguiente, se estacionó un camión de mudanzas. La señora Yolanda estaba ahí; como siempre que me veía, al saludarla volteó a ver para otro lado.

No la estaban pasando nada bien. Irma buscaba culpables, del mismo modo que antes había buscado rescatadores; por eso me pidió que ya nunca más volviera a hablar de ella.

Tanta coincidencia impulsaba a creer en fuerzas sobrenaturales al servicio de mi venganza, pero lo cierto es que los problemas se van gestando de tiempo atrás, con hechos y omisiones reales: la ex amiga redujo su negocio, porque les consintió a sus clientes masculinos que se quedaran hasta horas en que ya debería haber estado descansando; chacoteó con ellos, ¿qué más da que uno de esos enfermos sí se haya hecho su novio? El daño ella misma se lo hizo: al permitir que la desvelaran, no podía abrir temprano, ya no dedicó a su trabajo las horas acostumbradas y dejó de ganar como antes. No había suficientes entradas, no se cubrían los gastos, faltaba el dinero, echó mano de los ahorros, y de cualquier manera, perdió uno de los dos locales que tenía porque ya no lo pudo pagar.

Esto, no era necesario que ningún taumaturgo se lo deseara, pero fue suficiente para impedir que pusiera punto final a mis entrevistas con el señor Molina, pese a que el impulso de hacerlo se estaba volviendo incontrolable; pese a que me daba cuenta de que algo realmente efectivo en contra de Irma, no iba a salir del templo, pero sí podía salir de la Delegación, de la Secretaría de Salubridad, de la Procuraduría del Consumidor, o en el peor de los casos, del hampa. Me costó trabajo no perder de vista que estaba averiguando qué hay de verdad en la brujería.

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Los días que estuve en trance, al salir del templo fui al sitio donde Arturbio guarda su carro y le dejé recados, pretendidamente del señor “Gurú”, citándole para el martes o viernes que pudiera. No le dejé mayores datos, y le dije, categóricamente, que “ya había estado con nosotros” y que “sabía dónde hallarnos”.

Mi teoría era que, si había ocurrido un fenómeno paranormal, Arturo sabía cuál era el sitio en donde estaba ubicado el templo, e iría por sí  solo. En parte, me ausenté porque quería dar tiempo a que fuera; si de verdad había hablado con los hermanos y pidió ayuda, era mejor que no me viera para que se explayara con confianza; el señor Molina, sin que se lo preguntara, me diría en caso de que Nachtoyollotzin se hubiera presentado. No sucedió.

La brujería me aconsejaba lo contrario de la psicología: “No cuestione a Arturo, al menos no todavía; recíbalo como llegue, pues eso va a servirle para desarrollar paciencia y humildad.” Las palabras de la doctora Mireya fueron: “Obsérvalo, obsérvate, pesa mis palabras en la misma balanza en que pongas las acciones de él y las tuyas: es muy feo quitarle la ilusión a la gente, pero a mí me estás pagando para que te ayude a ver la realidad, y la realidad es que él te está utilizando. Si de verdad lo quieres, no lo recibas borracho. Eso no lo ayuda. Es un hombre que no está comprometido, que es egoísta. Hazte a la idea que de él no vas a obtener mas que relaciones sexuales.” Brujería y psicología… ¿en dónde estaba el punto de ensamble? ¡Esa era la clave para dejar de necesitar las dos!

Mi trabajo empezó a dar frutos: soñé que estaba en una reunión y que me topaba con una mujer muy hermosa que llevaba un vestido de esos que se estaban usando de diferentes largos; por el frente, era minifalda y por detrás, largo chanel; yo le arrancaba un pedazo y me lo empezaba a comer, allí mismo, descaradamente, sin que ella reparara en que le había desgraciado parte de su falda y que además tenía toda la intención de comerme el vestido completo, ahí, en sus narices. Al mismo tiempo, estaba a la expectativa porque nadie parecía haberse dado cuenta, nadie le avisaba ni me reclamaba nada.

El señor Molina interpretó que me estaba comiendo a la gente; me dieron ganas de decirle que soy chismosa, no caníbal.

Esa misma noche, anotaba en mi diario la jornada con Mireya, que me hizo bastantes preguntas a propósito: ¿qué edad tenía la mujer? Porque a veces la veía de treinta y a veces igual que yo. ¿Cómo era mi vida cuando tenía treinta años? ¿Qué significa un vestido para mí? Entre las respuestas que le dí, recuerdo una: un vestido debe reflejar qué me gusta y cómo me siento; ya son cuestiones aparte la clase social, qué trabajo desempeño, a qué lugares acostumbro ir, que todo eso se ve en la ropa, pero, para mí, lo más importante es qué me gusta y cómo me siento.

La profesora interpretó que esa mujer era yo misma y que me estaba arrancando pedazos de una forma de ser que ya no me satisfacía; que estaba empezando a cambiar; esperar el reclamo de la gente, quería decir que deseaba que todos se dieran cuenta de que estaba cambiando, principalmente Arturo, pero él no lo hizo, y no lo hará.

No creo que la doctora haya querido darme por mi lado; pero el señor Molina se tambaleó en su nicho, y se empezó a resquebrajar cuando Mireya coincidió conmigo en que eso de que tengo poderes, no es más que un cuento que él urdió porque no quería perder clientela. Además, para ejercer un oficio de esa índole es necesario pertenecer a alguna sociedad secreta, y la gente que pertenece a sociedades secretas, generalmente acaba mal. Si no me creen, pregúntenle a Paco Stanley.

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Una de las formas usadas por el Señor Molina para seducir y atraerse adeptos, era criticando a los colegas, él era el mero bueno y los demás, unos pobres macuarros. Según esto, se salió de la masonería, creo que hizo como que se salió, sigue ejerciendo, para sus limpias con fuego usa el triángulo metido en el círculo, que es el emblema de AA y la estrella de David dentro de un círculo; a mí, que no me cuente. Estaba organizando su logia.

Corría Enero del 2004; la madrugada de un sábado para amanecer domingo. Soñé que estaba otra vez vestida de novia; el vestido era transparente, con polisón, como de la época de Don Porfirio y cuando me veía en el espejo con el atuendo decía “Ay, se me olvidó ponerme los forros”, uno recto, color rosa y una crinolina blanca que hacían efectos de transparencia y tornasol, en rosa y amarillo. Me miré otra vez y dije: “qué flaca estoy”, una mujer que estaba ahí, pero no la veía me confirmó: “Todas las novias adelgazan en exceso”.

Esta fue la tercera vez en toda mi vida que me soñé vestida de novia. En el último sueño, sí sabía con quién iba a ser la boda, desde luego, con Arturbio y en cuanto lo pensaba, tomé la forma de una Barbie gigante; en seguida me veía observando mi réplica, tuve la sensación de que podía quitarle y ponerme sin ningún problema el vestido que llevaba puesto, porque me iba a quedar. Lo conté en el templo.

El señor Molina me dijo una vez que cuando una se sueña vestida de novia es porque le están haciendo a una brujería y el dicho sortilegio está siendo encomendado a la “Santísima Muerte”. Ahora resultaba que no; que eso lo soñé por mi falta de fé.

Como todos los domingos, estaban allí los hermanos que entrenaba para que sean también curanderos y cuando llegué, una de las hermanas, que se dice de ella que la Virgen María se posesiona de su cuerpo para curar, estaba en trance y nos vio  a cada uno de nosotros. ¿Qué casualidad que había un mensaje para mí?  Que era libre, que nada ni nadie me obligaba a ser bruja si yo no quería.

¿Qué se siente cuando la Virgen te habla? ¿Miedo, paz, alegría? ¿Ñáñaras, cosquillas en la panza, qué? Yo no sentí que la Virgen me hablara. Lo único que puedo sentir es respeto por el hecho teatral que se lleva a cabo allí, porque, para mí, Dolores con su Cristo y Clemen con su Virgen, eran dos consumadas actrices.

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Como las imágenes en el vaso con agua, empezaron a darse uno tras otro, incidentes reveladores de que ya no había nada que hacer con el señor Molina. ¿Por qué tuve tanto interés en ese brujo? Es el empeño que uno pone en las personas, lo que hace que las relaciones se prolonguen por años.

Todavía estaba preocupada por llevarle dinero, lo cual hacía que nunca llegara los domingos a las nueve de la mañana. Un día lo pude hacer y tuve oportunidad de ver a una familia que no tenía recursos para comprar las veladoras requeridas en la solución de sus males. No sé cuántas les pedirían, pero si a mí, que soy sola me pidieron más de cien, ya me imagino a ellos, que eran tres. El padre de esa familia dijo, con toda sinceridad, “Sí nos interesa, pero no tenemos dinero. Sí le pedimos, hermano, aunque sea así, sin veladoras, pus lo que Diosito quiera componer.”

El hermano, sin alterarse, les dijo “Hay que comprarlas, porque eso es lo que le da luz a su espíritu, de a como vayan pudiendo”, ¡mis respetos por su habilidad!

Procurar que el cliente se presione a sí mismo, y que jamás llegue a sospechar que está siendo presionado por el curandero, es de las enseñanzas que se imparten en un templo de esa clase, pero nada se dice abiertamente; el que tiene ojos lo ve, y el que tiene oídos, lo oye. En esta familia también  “había una clarividente”: la niña de diez años, hija de la familia que fue a consultar.

Se me enchinó el cuero. El día que quisiera tener una confrontación respecto a mis supuestos poderes, la verdad era que Molina jamás me había buscado; yo había regresado constantemente, y en realidad, ¿por qué? ¿Buscaba  un voto de confianza? Por qué me interesó seguir yendo si ya le había dicho que, decididamente, no me iba a dedicar a ser bruja porque no creía –y sigo sin creer- en muchas cosas que se manejan allí.

No podía pensar con claridad; ante mi diario, no podía hilvanar mis ideas. Aparte de que no me quitaba de la mente el recuerdo de Arturo, en el templo sentí un mareo y un gran desasosiego. Otra vez estuve en trance y fue Irma, bueno, “su espíritu” se presentó a pedirme perdón porque me quiso matar.

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No hubo forma de averiguar qué estaba haciendo ella al momento de tener ese trance, como tampoco la tuve de esclarecer los de Arturo, lo único que sabía era que ese día de Enero del 2004, estaba igual que el día de Julio del 2003, al empezar a escribir, y era forzoso hacer un balance:

¿Había recuperado a Arturo? Además, se recupera lo que se perdió y solamente se puede perder lo que se tiene, ¿había tenido en Arturo una pareja alguna vez? Un hombre que se acercó por presionar a otra mujer, ¿se sentía atraído a mí? No. Un hombre que entrevió la posibilidad de usar mi casa para sus orgías y sus borracheras, ¿quería compartir su vida conmigo? No. Un hombre que me insultó, que me aventó culpas, que no agradeció mis regalos, ¿me quiso? No. Un hombre que engrandeció mis defectos y me hizo sentir basura, ¿me aceptó? ¡No! ¡Por supuesto que no! ¡La brujería no ayuda a ver la realidad!

El pensamiento mágico es intuición; alguna vez me dijo eso Dora Luz. ¿Qué es lo que estuve intuyendo? ¿Que Arturo sí me llegó a querer?  Puede ser que detrás de esa máscara de ignominia haya habido amor; pero estuvo tan escondido y, ¡es tan dura la muralla! ¡Santo y santo que estuve golpeando y ni una grieta le pude hacer!  La barrera que pone un borracho, es más fuerte que el muro de Jericó, y ni hablar; ellos la construyen, solamente ellos la pueden quitar, bueno, a los que no les pasa lo que al aprendiz de brujo…

Era difícil renunciar a las adulaciones del señor Molina. Todos nos sentimos halagados con las adulaciones, pero el que adula, tarde o temprano insulta. La adulación es un juego y como tal, exige un ajuste de cuentas. ¡No encontraba la respuesta! ¿Por qué me interesó mantener la relación con el señor Molina? ¿La fantasía de ser la alumna predilecta? ¿La más inteligente? ¿La superdotada? ¡La consentida! Detrás del señor “Gurú”  estuvo escondida mi madre, el ser que me dio la vida, quien primero me reconoció inteligencia y quien más me ha humillado. Me quiso dar su profesión, quiso que yo fuera odontóloga. Por sistema rechacé lo que viniera de ella, fuera tóxico o nutriente, al grado de no saber ni qué despreciaba; con el señor Molina no estaba segura de qué era lo que iba a aceptar, ni si debía dejarlo.

A mi madre le llegué a decir que es una castradora zoo cializada, así, con z y doble o, porque destruye bocas con el pretexto de curarlas, porque no tiene ética, ni para el trabajo, ni para la vida, ¿en qué se parece un hechicero a una loca?

Prepararme para ser bruja, era como volver a esos años con mamá. Dedicarse a la brujería es vivir del infantilismo de los demás y dar rienda suelta a niñerías de uno mismo, o hacer como que nos desbocamos. Es vivir en una constante contradicción; la gente que asume el oficio acaba sintiéndose perseguida, a veces, lo llega a ser. No todos los incautos reaccionan como yo, que mejor me puse a escribir mi librito. Al señor Molina lo quiso matar una ex consultante; se salvó, porque esta señora fue a comprar dulces a la ferretería, es decir, contrató a otro brujo, en lugar de contratar a un gatillero.

Esa confidencia que me hizo el hermano, fue en realidad otra cátedra, pero de múltiples mensajes: me presumía su poder, me advertía que sería inútil intentar algo contra él, que mientras no tuviéramos ningún disgusto la vida me iba a sonreír, pero, sobre todo, me enseñó qué grados de culpabilidad puede experimentar la gente en manos de estas personas. La mujer, bañada en llanto, fue a confesarle su falta.

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No sé qué tan injusto sea, pero el hecho es que tiene uno que arriesgarse para  adquirir determinados conocimientos. Nadie me iba a andar diciendo así, tan fácil, que para un brujo, las cosas nunca deben ser llamadas por su nombre, porque, en esencia, el oficio consiste en alentar a la gente a que construya castillos en el aire, sin adquirir compromiso alguno. Por ejemplo, si la unidad monetaria  se llamaba “veladora”,  podía evitar las acusaciones por fraude, ¡como estar en otro país, con otra moneda,  y otra forma de vivir!

Nadie tuvo los alcances ni la disposición para ayudarme a ver que detrás de los hechiceros que consultara en la vida, estarían escondidos mis familiares significativos, y mientras no lo entendiera, seguiría amarrada a changarros como el de Don “Gurú”.

Ni aún mis terapeutas, fueron para hacerme tomar conciencia de que crecí en un ambiente donde los adultos se rodearon de misterio; me obligaron a preguntar después de machacarme –esto es literal, porque me golpearon- que no tenía edad ni era capaz de entender “ciertas cosas”; a mis hermanos y a mí nos sembraron dudas acerca de nuestras percepciones e identidades, ¿qué de criticable tenía que haya aprovechado lo único que pude hallar?

La profesora Mireya me dijo, en tono de burla, que no era lógico investigar si los tiburones muerden, metiéndose al banco de escualos; pero, ¿tuve de otra? Si había una opción diferente, quién sabe cuál era, porque ni ella me la brindó.

Para el señor Molina, mis trances fueron verdaderos, pero atraje fuerzas negativas. En ese caso, pregunto: ¿cuál iba a ser la utilidad o el bien que haría a la gente, como bruja que atraiga cosas negativas? ¿En qué voy a ayudar a nadie si resulto una histérica que se limita a exhibirse en “trance” para sacar sus frustraciones y fantasías? ¡Carajo! ¿Ya ni siquiera actriz voy a ser? Para andar haciendo teatro, definitivamente, estoy mejor en los microbuses, divirtiendo a los usuarios con mis muñecos de ventriloquía.

Por motivarme a que siguiera sus enseñanzas, el señor “Gurú” me habló mal del doctor Jorge, de que “cayó de lo espiritual”, mencionó también a Yadira, otra chava que conocí en la primera consulta que le hice, que también “descendió”, y ya era su “última encarnación en este plano” . El sacrilegio de ella había sido reconvenirle: “Usted ya no tiene que decirme nada”, no me contó qué sucedió antes, pero por bueno y poderoso que fuera en cuestiones de brujería, era posible que Yadira y el Dr. Jorge tuvieran un motivo legítimo para enojarse con él.

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Esas historias me remitían sin saber, al tiempo en que mamá se quejaba de lo mal hijos que eran mis hermanos. Me acuerdo que escuchaba los regaños y me hacía fantasías de que la salvaba, que era la mejor de los tres, que ganaba la competencia por el cariño de mamá, ¡vaya trofeo!

Cuando el señor Molina me platicó de la “caída” de Yadira y el Dr. Jorge, me empecé a sentir como con mi madre, ellos habían perdido la contienda y solamente quedaba yo. Una vez más, la mentira del hijo predilecto, porque eso es una mentira. No puedo perdonarle a mamá que haya dicho que me quería más que a ninguno de sus hijos; eso fue una intriga que sirvió para que mis hermanos me tuvieran envidia y nunca me aceptaran.

La temporada en que tuve que estar yendo a la delegación porque se metieron a robar a mi casa, escuché que algunos judiciales le hacen a la brujería para obtener confesiones y así agarrar delincuentes. No creo que esto sea tan disparatado,  ¿a quién  más le puede interesar que haya dudas, misterio y cosas sin resolver? Los que deben, temen. El señor Molina fue judicial.

Salí del templo y fui directo a la casa de Chucho Gómez, a preguntar por el Dr. Jorge. Chuchito había muerto, pero vive ahí todavía Miguel Angel, quien me dijo, nada más, que su hermano el doctor vive en Chalco. Pude localizarlo. La “caída” a la que se refirió el señor Molina, estribó en que se dio cuenta de que hay engaño hacia la gente; tuvo que irse, porque empezaron a echarle la culpa de todo lo malo que descubrió.

La brujería funciona como las empresas fantasma que prometen que va uno a ganar el oro y el moro contestando el teléfono, o los negocios de ventas que le sueltan a todo mundo el rollo de que los que están ahí en ese momento son seres predestinados, y van a emprender grandes cosas; piden dinero y lo reciben de mucha gente entusiasmada a la cual le han levantado el ánimo. Cuando alguien de ellos se llega a dar cuenta de la estafa, es demasiado tarde. Estas empresas también son expertas en el arte de lavarse las manos y los verdaderos dueños no son conocidos por nadie, ni siquiera en fotografía.

El señor Molina dijo que estaba fuera de la masonería; entonces di por sentado que, si aceptaba ser bruja, no iba a pertenecer al grupo de los masones, pero entonces, ¿a cuál? ¿Al espiritismo?  ¿A la teosofía? ¿Al gnosticismo? ¿A lo rosacruz? ¿De qué cadena es eslabón el señor Molina? Puede ser que ni él mismo lo sepa. Las verdaderas élites de la masonería por eso son élites, porque no admiten a cualquiera. De hecho, las altas esferas oligarcas constantemente inventan sociedades secretas; para fingir que comparten su poder. Lo peor que puede pasarle a una persona, es meterse en algo sin saber a qué se compromete ni de qué va a formar parte.

Veo, oigo y escribo, fue mi pauta en esta aventura exotérica, porque quise exonerar lo histérica y usé recursos exóticos. Sólo el tiempo dirá si lo pude conseguir.

La cuarta vez que estuve en trance, fue la última con el señor “Gurú”. Llegué al templo con miedo no sabía de qué, hacía mucho que no experimentaba ese caos emocional; de hecho, desde que besé  por primera vez a mi adorado sapo arturbiano, comencé a revivir amarguras y a cometer desatinos que tenía por superados. Lo que para mí era señal de que estaba cayendo en un hoyo, para el señor Molina era el camino acertado para llegar a Dios. El beneficio de un hechicero, siempre será contrario al beneficio de sus creyentes.

En ese último trance, “estuvieron presentes” Arturo y su tío. Uno decía “sálvame” y el otro, hecho un demonio, “yo lo impediré”. Agriana, por fortuna, ya no se sentía tan a gusto jugando ese juego, y pudo escuchar a Adriana que le decía: “Corazón, eso es algo que ya sabes; lo detectamos juntas, vámonos.” Opté por ser diplomática y usar el dinero de pretexto: me dedicaría en cuerpo y alma a conseguir los seiscientos cincuenta pesos que faltaban, y regresaría al templo cuando estuvieran completos.

-Espero en Dios, -le dije- que en esta temporada, pueda tener una confirmación de que esos trances fueron auténticos; porque, hermano, creo que no fue así.

Hasta la fecha, sigo esperando esa confirmación, y el señor “Gurú”, ¡seguramente sigue temiendo que seiscientos cincuenta burros le pisen los talones!

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Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana V (Mensajes brujos)

“La posesión diabólica de otros tiempos, o nuestro concepto actual de ella podría ser el resultado de esa especie de solución de continuidad en el proceso de integración de una persona, la que recibe una instrucción y educación paradójica, absurda, extravagante, de mensajes dobles y hasta triples que provoca la lucha entre dos tipos de conciencia, una autoritaria impuesta, la otra humanística, espontánea, elegida en lo posible y manifestación de lo íntimo y prístina.»

Aniceto Aramoni.

Algunas normas que nos inculcan durante la infancia, son como un conjuro; como los dones o maleficios que las hadas y las brujas ofrecían a la Bella Durmiente. “No eres rica, hija, eres pobre”, fue un conjuro de tal naturaleza, que me dejó, como a otros adultos en mi caso, sintonizada para captar del entorno los mensajes brujos que más se ajustan a lo que recibí, con lo que integré mi concepto de buen camino, hasta que descubrí que toda la vida fui de buey al matadero, porque desde la más tierna edad obedecí la orden de ir siempre de buey al matadero.

“Eres inteligente, pero no quiero que pienses”, “Ten dignidad, pero no dinero”, “Pregunta, pero no esperes que te respondan”, eran consignas que pululaban en el aire, que enrarecían la atmósfera más que cualquier contaminante. Si se pudiera medir en imecas hasta qué punto llegamos a creer que no merecemos las cosas, probablemente se tronaría el aparatejo ese.

¿Qué pasaría si con un alcoholímetro también pudiera medirse el revanchismo? Además de vivir todo el tiempo bajo un programa de contingencia ambiental, llevaríamos una placa que dijera “HOY NO CIRCULA, mañana tampoco”, así, con letras chiquitas; habría que construir más cárceles para que cupieran todos los que andan ahí haciendo rituales para que el niño no pida, o que el vecino se enferme, o que al hermano le falte. Definitivamente, se encerraría a más gente de esa  que a delincuentes, que por lo menos abiertamente roban, matan, y sobre la marcha aprenden que la impunidad la da el dinero y no la brujería.

Para aquellos que estamos bocabajeados por la pobreza, las “ciencias ocultas” nos dan la ilusión de que vivimos por encima de los demás, que tenemos conocimientos vedados hasta para los profesionistas, que permanecemos protegidos de cualquier envidioso, la fantasía del pueblo elegido.

conjuro

Mi sueño guajiro era otro: decantar a Don Arturbio, provocar su recuperación: una forma lenta y sabia de quitárselo a Irma sin rebajarme. No resulta del todo ilógico que haya creído que obtendría recompensas del pensamiento mágico; estaba viviendo una situación por demás incontrolable: mis amigos resultaron una punta de loquitos peores que yo, que jugaron conmigo como lo hacía mi familia. Vivía exactamente como en la casa: recibiendo cuartazos y dando palos de ciego. No tenía objetivos, y puse mis metas en toda esa gente, con cuyo trato salía perdiendo.

Cuando se adquiere conciencia, resulta molesto necesitar ayuda de la brujería para resolver problemas de la vida cotidiana, que no tienen más explicación que las neurosis, miserias y complejos que uno arrastra.

Dos hechos contribuyeron a que esperara más de un brujo que de un terapeuta: haber pasado mi adolescencia al lado de una mujer cuya locura consistía en ir a diferentes cultos y no comprometerse con ninguno y el desengaño con la doctora Dora Luz, para pasar a llevarme otro chasco en el consultorio de la profesora Mireya.

Mamá no siempre fue así de andar en muchas religiones, pero un domingo, llegó de visita Diablicia –entiéndase tía Alicia- ella, mi madre y tía Cire, fueron las hijas que tuvo la abuela Juana; mujer de pelo en pecho, que lo mejor que pudo hacer fue morirse cuando yo contaba seis años, porque si no, de verdad nos hubiéramos agarrado del chongo. Mamá me platicó  que cuando era niña, acompañaba a su madre a unas reuniones en las que hablaba frente a todo el público hasta quedar convertida en un chino. Me estaba haciendo lo que a ella le hizo la pinche vieja cabrona, que en gloria de Dios esté. El caso es que Diablicia llegó el domingo a invitar a mamá a una tertulia espiritual y tuve oportunidad de ver a médiums, que se les debería decir sugestionadores profesionales o merolicos de altura, mierdolicos, para  mayor precisión. Mamá tenía fe en esa gentuza hasta un punto inverosímil: era un triunfo pedirle lo de la colegiatura, pero no reparó en gastar su dinero para ayudar al espiritista de Tepito a mudarse, porque debía un año de renta y sus vecinos ya no lo querían.

Este señor le agradeció el favor de una manera muy simple: le quitó autoridad, o ya no se si se quedó en el intento: le daba nombre cósmico a todo aquel que fuera aceptado en  el grupo. Juraría que esa era una aspiración de mamá. Ella no recibió el galardón, me lo dieron a mí, que no tenía el menor interés. Clairaluz era una palabra que me repateaba, porque quería seguir siendo Adriana. En la adolescencia, recibimos como un puñetazo cualquier alusión a nuestra identidad. Mi idea era ser actriz; en las “tenidas”, así llamaba ese grupo a sus reuniones, evocaba las clases de actuación y atendía escasamente a lo que decían Raynar o Markari o quien fuera.

espiritistas

Creo que en ese impulso de mamá de ayudar a la familia de iluminados había, además de fé, un deseo inconfesado de competir conmigo: ella tenía dinero, podía mover influencias aquí en la tierra, que era donde esas personas tenían el problema. Comencé a escribir mis primeros poemas. Hablaba de papá y Alejandro, los extrañaba. Ni tarda ni perezosa, mamá escribió: “Rascarepuche, ráspame el buche, sácame roña, roña y carroña, de la conciencia.”. Como la gente seguía sin alabar su talento, empezó a hablar en lenguas. En el lugar menos pensado, le daba el torzón y se descosía en incoherencias que solamente Dios y ella. Pasé alguna que otra vergüenza en el supermercado y el banco. Mientras tanto, seguíamos yendo con los ex tepiteños, a la casa nueva. El día que Diablicia se dignó ir, tuvo lugar un pleitazo con Felipillo Magaña, alias Raynar. Mamá empezó con sus desfiguros, sonidos desarticulados que el señor de la casa tomó como gran mensaje de Dios, un avance espiritual de Pelancha,  como le decía, según él, de cariño. Tía Alicia dijo que la estaban enloqueciendo y que si no paraban la cosa, mamá volvería al hospital psiquiátrico y los espiritualistas, acuarianos o lo que fueran, irían a impartir sus enseñanzas al reclusorio. La brujería también depende de la vanidad; para mi desgracia, la semilla quedó sembrada. De nada valió haberme atrevido a decir en plena “tenida”, que mi nombre cósmico no me gustaba: se habían presentado maestros importantísimos de otras galaxias a felicitarme. Con todo y que no creía en esas patrañas, pasé un buen tiempo con sentimiento de culpa. A los l4 años, ¿qué otra cosa se puede pensar?

Cuando tenía 28, no sabía para donde jalar. Ese fue mi segundo acercamiento a lo brujil. En los Estudios América, encontré a Uriel, un compañero de la universidad, de varias generaciones antes que yo. Hasta la fecha, no se cómo le hizo para acostarse conmigo, cómo pudo dirigirme la palabra, si me despreciaba. Desde que nos conocimos, en la facultad, me insultaba “en broma”, como hacía mi hermano.

La primera vez que lo vi, estaba en la entrada del Teatro Wagner. Había quince minutos libres antes de la siguiente clase y ahí estaba, joven todavía, sin saber a quién dirigirse, y me preguntó dónde podía pagar con exámenes extraordinarios las materias que debía.

El pasillo estaba atestado. Sobraba quién pudiera informarle, no me eligió porque le gustara, ni porque en verdad quisiera saber lo que había preguntado; a la escuela iba a ligar, a conseguirse una chava “pal momento”, y nada más. Lo sospeché al decirle que fuera a la coordinación, porque empezó a presumir su trayectoria en el cine y a denigrar a los maestros.

Más adelante, conocí su casa; un departamento bien puesto, con todo lo necesario, pero en el que había descuido, y una cuna con las cobijas revueltas. Dijo que su esposa no estaba, que podía llegar en cualquier momento o quizá al día siguiente, entre más cosas conocía de él más gordo me caía. Recibí una sermoneada por mi cortedad de criterio, mi inmadurez, al preguntarle que, si tenía esposa y sabía que podía sorprendernos, para qué me había llevado a su casa. Le ardió que le dijera que era un poca madre, es más fácil tachar de inmadura a la gente, que admitir fobia al compromiso, odio por lo sexual, y que la casa no es mas que un escenario para informar, a la mujer que llevó, que no debía hacerse ninguna ilusión respecto a él, y que tampoco debía permanecer allí.

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Uriel era un hombre que decía, a bocajarro, que me llevaba “nada más p’a aprovechar, porque no creas que tengo muchas ganas”. Francamente, no creo que haya tenido esposa ni que la tenga en la actualidad, si es que vive. El día que nos encontramos en los Estudios América, me llevó a casa de Chuchito.

Era una tarde lluviosa; el dueño de la casa me pareció tosco de modales, pero tierno y paternal. Fue actor empírico, era miembro de una familia que emigró de Jalisco a consecuencia de la Revolución. Pobre y sin estudios, el único camino hacia una vida decorosa era el ejército, allí sirvió hasta que un día solicitaron caballos de los Estudios Churubusco para una producción americana. Le encomendaron sus superiores la labor de caballerango y se la encomendarían varias veces más, porque los estudios continuaron solicitando jamelgos. Se dio de baja en la milicia para dedicarse al cine. Como le tocó la época de oro, hizo dinero y tenía un caserón. Hasta con un pequeño edificio de departamentos para sus hijos con sus familias, pero los hijos no vivían allí.

El relato fue interrumpido por los ímpetus de Uriel, que quería acostarse conmigo en ese justo momento.

-¡Oye, espérate, estamos en una casa ajena!

-No hay fijón, Chucho es de confianza.

-¡De todos modos, respétalo! -me agarré del respaldo de una silla, que resultó arrastrada por el jalón que recibí. Quedó atorada en el  quicio de la puerta.

-No hay cuidado, -dijo Chuchito desde su asiento- están en su casa.

-¡Suéltate! -me ordenó Uriel.

-¡No quiero!

-¡Te sueltas o te suelto!

-A ver, a ver, no seas violento. -intervino Chuchito. Se puso de pie y fue hacia nosotros- Si ella no quiere, no la vas a forzar.

-No, si quiere, ya la conozco.

-A ver, mamá –así le hablaba Chuchito a las mujeres- la verdad, ¿por qué no quieres?

-Pues es que esta no es casa de ninguno de los dos, aquí venimos de visita y estábamos bien, y ahora sale con esto. ¡Ni que de veras derrapara por mí!

-Mira, si es por que no es casa de ustedes, no te preocupes. Uriel así es, y yo creo que le gustas, pero así es él.

Fui remolcada a una pieza contigua. Media hora más tarde, Uriel salió del cuarto y escuché las voces de ambos desde la cocina.

-Sí, hombre, no te fijes, ¿para qué crees que la traje? –las voces se acercaban. La puerta se abrió para dar paso a los dos.

-¿Y si no quiere? –preguntó Chuchito.

-Sí va a querer, ¡tú métete! -Uriel aventó a su amigo y cerró la puerta.

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Estaba ya entrada la noche cuando me despedí, con la intención de no regresar. Después de tirar a la basura el paquete de comida que el anfitrión me había regalado, agradecí a Dios que Uriel ya no estuviera presente, porque no tenía ganas de volver a verle la cara.

Pasó un mes. Al cruzar una mañana el puente de la Calzada de Tlalpan que llevaba a los estudios que hoy son Azteca Digital, me topé con Chuchito, que lo cruzaba en sentido contrario, para tomar el camión a su casa.

-Mamá, ¿qué mala cara viste, que ya no quieres volver?

-La de Uriel. ¿A poco fue muy bonito?

-El es muy pendejo, se lo dije. Tengo muchos años de conocerlo, es mi amigo y la chingada, pero es muy pendejo p’a tratar a la mujer.

-Lo bueno es que ya pasó. Luego nos vemos.

-Estás enojada, ¿verdad? Uriel casi no va, además la casa es mía, ¿te traté mal?

-No, pero ya es hora de reportarse, a ver si sale alguna pesca, un doblaje, a ver qué.

-¿No tuviste llamado?

-No, por eso me quiero reportar.

-Ven un rato a la casa. Te invito a desayunar, échate otros frijolitos como los que te llevaste, hice un mole de olla que me quedó, ¡chulada! Ahora sí me vas a conocer, ¡a mi lado no se cría ganado flaco! ¿Qué tal los chilaquilitos? ¿Verdad que sí estuvieron sabrosos? ¡Mamá!-me abrazó y me dio  un beso en la mejilla.

Me mordí los labios para no decirle que podía preguntarles a los animales del terreno baldío, que fueron los que se agasajaron con aquellos víveres. La sensación de hambre se diluyó en cólera y volteé la cara para ocultar las lágrimas. No quería ir, porque  me sentía peor que un cartón de cervezas o una botella de brandy. Así me vio Uriel, con esa actitud me llevó a aquella casa, y se lo acepté porque estaba acostumbrada a ser nadie; sabía cómo restarle importancia a cualquier hombre que se acercara, sin investigar qué esperaba de mí ni para qué me eligió.

A raíz de aquella entrevista, empecé a hacerme pata: si en la ANDA me daban recados de Chucho Gómez, le llamaba, le decía que iría a su casa, que tal día a tal hora, pero no iba, ni me molestaba en avisar que no iba a ir. Un día, lo vi comiendo en el restaurante de los estudios y me fui rapidísimo, para que no me viera.

Comencé a recibir sus telefonemas en doblaje, no importaba en qué foro estuviera grabando. Llegó a llamar hasta a una sala particular donde se hacían comerciales. Los pretextos eran: “sólo para saludarte”, “a ver qué día te acuerdas de los amigos”, una vez se voló la barda: “ya te mandé un taxi para que vengas”. Debí preguntar cómo me localizaba. Tiempo después, la telefonista de la ANDA me comentó que diario hablaba para saber dónde tendría mis llamados al día siguiente. Acabó siendo un segundo padre.

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En esa casa conocí a Jorge, uno de los hijos de Chuchito. Nunca he vuelto a ver unos ojos tan hermosos en un hombre. Irradiaban luz. Era médico veterinario y tenía un criadero de chinchillas. Me las había enseñado todas, peludas, como conejos pequeños, de muy diversos colores. Eran cien animales, y me decía que cuando una chinchilla se comía a sus crías, era imperativo matarla. Lo que no me quedó claro, es cómo hacía para salvar a la camada; porque ya sin la madre, no era fácil que otras hembras quisieran alimentar a los huerfanitos. La chinchilla es la rata de los Andes.

A Chucho le gustaban las plantas, como a mí. Me había enseñado las fresas y el limonero que crecían en el jardín, y me divertí con el susto que se llevó cuando se le escapó una chinchilla. Llegaba cada noche a contarlas como si estuviera pasando lista en el cuartel y cuando vio que eran noventa y nueve, sudó la gota gorda hasta que “…la vi ahí metida entre los troncos esos que están allá, parecía rata la cabrona”. Jorge y yo nos reímos “Ay, papá”, le dijo él, “si es un roedor”.

Chucho y Jorge se me figuraban mi padre, Jorge me hacía pensar que así debió ser papá en todo su vigor, en su época de novio de mamá.

Una tarde comíamos y llegó Uriel. Quise irme. Para no hacer aspaviento, decidí tener paciencia y pescar un momento oportuno en el curso de la plática. Salió el pomo y me puse al acecho. La chorcha seguía sin que llegara el ansiado momento, y me levanté enojada, dije que todo era una mierda, que estaba harta de vivir, que me quería matar, ¡qué va! ¡Al  que quería matar era a Uriel! Su llegada había dado al traste con mi disfrute. Su presencia me llenaba de rabia y vergüenza. Tenía una actitud fanfarrona, como si pudiera demostrarles a todos que yo en realidad era un fiasco. Me levanté enojada, porque empezó a acariciarme una pierna, grité que todo era una mierda, porque no podía insultarlo a él, ¡no podía ser auténtica! Si he formulado mis verdaderos deseos, o me corrían, o íbamos a ir todos a parar a la delegación; fue más costeable la conmiseración de mí misma; entonces Jorge pudo decirle a su padre que se acordara de lo que le había comentado, que  “notaba que yo tenía brujería”, y me ofreció presentarme al día siguiente al señor Molina.

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Hay juegos que sólo nos quedan cuando somos jóvenes y estamos bonitas, al menos desde el punto de vista de los demás; por eso tuve éxito. Busqué un rescatador y lo encontré. Lo sorprendente es que haya aceptado el auxilio, porque yo no quería nada de nadie, a pesar de que necesitaba con urgencia un voto de confianza.

En aquel tiempo era muy difícil que asistiera al hecho de experimentar mis emociones, pero me daba cuenta de que el hijo de Chuchito me gustaba. Yo a él, quién sabe, pero de cualquier manera, no creo que hubiéramos podido tener nada. Él estaba casado y yo era amante de su padre.

La industria esotérica se vendría abajo si no existiéramos los controladores. Es un hábito dificilísimo de abandonar, todos necesitamos controlar cosas, pero fuera de los esfínteres, las finanzas o el mal humor, estar vigilante en algo es síntoma de enfermedad.

Es de admirar la sutileza de los hechiceros: Alicia, cuando vivía en su casa, se ponía a estudiar el tarot y aunque no se dirigiera a mí para enseñarme nada, tampoco ponía objeción si permanecía atenta a lo que estaba leyendo, y si llegaba a hacerle preguntas, me contestaba de muy buen grado. ¡Con razón pensé que podía ganar dinero descifrando la baraja del tarot! No fue tanto el cuento añejo del señor Molina de que yo tengo poderes; ya me habían dado un mazazo en mi primera juventud. El que siguió, fue al conocer a ese brujo. Platiqué con él del trabajo, de diversos aspectos de mi vida, pero platicar es un decir, ellos nada más asienten a todos los cabitos sueltos que uno quiera amarrar, por eso “supe” que treinta y cinco años atrás mi padre, furioso por el embarazo de mi madre y al ver la inminencia de la boda, mandó hacer un ritual para que el bebé no naciera ni hubiera más hijos de su unión. ¡Había material de sobra para inventarme una historia! Alejandro era cinco años mayor que yo, porque mamá tuvo varios abortos. Papá decía que fueron provocados; ella que no, que fueron accidentes. Papá, ausente casi todo el tiempo, siempre nos trató como si le debiéramos algo, se molestaba si teníamos un logro, en especial de dinero, y si sufríamos alguna derrota, nos decía cosas que nos hacían sentir peor. ¿Era necesario ese rencor porque a mi madre la quería para un acostón sin mayor compromiso? ¿Por qué nos había querido cobrar a nosotros? ¿Por qué mejor no se fue, como hizo el padre de mi hija? ¿Qué caso tenía quedarse a fuerza con una mujer para hacerle más hijos y más daño?

Perdida en ese mar de preguntas, me enfrasqué en rezos, limpias y otros sahumerios, cuando acordé, el señor Molina me estaba diciendo que soy clarividente. No le creí. Argumenté que con esa duda, no podía dedicarme a ser bruja; no se puede hacer que los demás crean en algo si una misma no lo cree, pero en los días en que conocí a Arturbio, estaba tomando un curso de tarot, me había dedicado a ser cliente de cartomancianos, según yo para observarlos. Al recibir las primeras majaderías de mi gentil caballero andante, me leyó la mano una señora que me dijo que Arturo tenía otra mujer, que ella nos hizo un trabajo para que nos dejáramos y que si quitaba ese daño, él regresaría conmigo porque sí me quería. Dí por sentado que era mejor consultar al señor Molina.

No sé si esa mujer me hubiera pedido igual cantidad de veladoras, o más, quizá menos; a lo mejor varas de incienso, pero, evidentemente, el brujo hizo algo que ella no tuvo tiempo de hacer: adularme. Terminé por achacarle a él la posibilidad de resolver mi constante fracaso, porque era una resentida, porque buscaba culpables y era menos doloroso creer que tenía poderes e influencias en el cielo, que aceptar el golpazo que todos esos enfermos emocionales de la fonda le dieron a mi orgullo.

tarot

Diariamente hacía las concentraciones como me las había indicado el señor Molina: siete respiraciones, despacio, con las manos juntas, y después mirar hacia el vaso con agua mientras se rezaban cuatro Padres Nuestros. Volver a rezarlos al tiempo que se veía la flama de la vela encendida, que se coloca detrás del vaso.

Los ojos se me llenaron de las formas que tomaba la parafina cuajada y vuelta a derretir, desfilaron ante mí, lobos, mandriles, chimpancés con hocico de cerdo, tribunas, personas vestidas con mantos blancos, familiares, la cara de Arturo; hasta le salió barba, bigote y le creció el pelo a la usanza del tiempo de la colonia. Se veía bien, pero no lo pude evitar: relacioné cada imagen con el momento en que la vi. La cara de él era de la fotografía de la fiesta que Irma me dio; el look de la colonia fue referencia de los libros de historia, o de moda de la época; ilustraciones de historietas, ¡qué bárbaro! ¡De qué manera buscaba justificaciones para aferrarme a algo que jamás existió!

El señor Molina, en un principio, no quería entrarle a la faena, pero dejaba ver esto de una manera muy diluida, tanto, que hasta hoy puedo aceptar que fui yo quien insistió con muy diversas excusas: el tarot, lo que había soñado, mis “nociones” de numerología, ¡que viera que yo también sabía ocultismo!

¿Qué buscaba? ¿Qué saberes de la vida se escondían detrás de esa sinrazón? La respuesta iba a ser mi verdadera recompensa, ese era el conocimiento que se me estaba vendiendo. ¿Qué resortes emocionales provocaron que confiara en la brujería, qué fijaciones me hicieron pensar que en un enfermo alcohólico en activo había encontrado, por fin, un compañero? No tenía otra forma de averiguarlo más que aventándome al ruedo, y comencé a llevar un diario que vino a ser el terapeuta suplente. Ya había conocido los frentazos que se llevan quienes se atreven a decir, en el consultorio de un especialista, que aman a un candidato a la encefalopatía de Gayet Wernicke. Dora Luz, la primera psicóloga que fui a ver cuando empezó la relación con Arturbio, me sugirió que fuera a Al Anon.

-A la mejor ahí te encuentras con otro alcohólico.

-Pues…Erick Berne no da muchas esperanzas, aún con uno rehabilitado.

-Pero hay más funcionalidad.

A pesar del marcado deterioro emocional que presentaba mi objeto amoroso, logré ver en él algunas cualidades. Es un hombre muy inteligente, y bastante culto, aunque se esfuerce en aparentar lo contrario. Mesurado y tierno cuando está en su juicio, se muestra con empatía hacia la gente; hasta hace observaciones acertadas, prudentes y profundas. Es limpio, tiene muy buenos modales y sentido del humor. Nada más de imaginarme a este hombre sobrio y sereno, ¡me lo como a besos! Si no estuviera enfermo, hablaríamos el mismo idioma. Es la primera vez que me acepto enamorada sin que me de coraje ni vergüenza.

El deseo de hacerlo entrar en razón y llegar a deshacerme de todas las culpas que me echaba, hacía que no faltara a una sola sesión. Dora Luz empezó a cambiarme el horario de consulta como cambiar de vestido, en cuanto vio que mi querido borrachín le zacateó a la terapia de pareja y me dejó aullando en el desierto. Era obvio que el caso no le interesaba, pero no sólo no lo admitía, ¡tampoco quería dejarme ir! Esa conducta, en alguien como Arturbio es de esperarse, pero no en una persona sana, y de ribete, profesional del bienestar psíquico. La dejé con un palmo de narices. En dos semanas seguidas, encontré en mi tomador de recados que me estuvo esperando, y yo decía para mis adentros: “Sí, güey, ahí síguele, bien sentadita, porque parada, te cansarás”.

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Combiné reuniones Al Anon con idas a ver al Sr. Molina y consultas con la profesora Mireya, la cereza del coctel fue mi diario.

En mis concentraciones, me acostumbré a ver colorcitos. Se veían bonitos, pero cualquiera que vea arder una vara de incienso cerca de un cristal como el de mi ventana –vidrio no transparente, troquelado, que ofrece más chance de refractarse a los rayos de luz- puede ver el humo de colores.

El señor Molina se molestó cuando le dije que era un fenómeno físico, y al saber que nada más cambié de doctora, pero que no había dejado la psicología, me puso un ultimátum: lo mío era bastante sencillo, nada más tenía que acercarme a Dios, ¿para qué gastar?  Una de las compañeras del grupo lo quiso ayudar.

-Hermana, usted no necesita eso, ya tiene los dones, desarrolle, porque ese poder que le fue conferido, lo puede perder.

Creo que los poderosos eran ellos. Nada es casual; en esos días, fue a dar servicio al templo un hijo del señor “Gurú”, militante de AA. Me hizo énfasis en que un alcohólico en recuperación no debe tomar ni una gota de alcohol, pero su padre le decía que no hiciera caso de esas pendejadas del programa, que sí podía tomar, por la espiritualidad que había desarrollado en el conocimiento de la metafísica, entiéndase brujería. Me comentó que el señor Molina también estuvo en AA.

El 2 de Agosto del 2003, aniversario del bombardeo de Hiroshima, un hongo fulminante y expansivo había crecido dentro de mí. Después de escribir en mi diario la pregunta “¿no estaré imaginando cosas?”, levanté la vista. De la cacerola donde hirvieron unas mollejas de pollo, salía el vapor más brillante y aparecieron colorcitos, muy tenues: amarillo, beige, violetita, verde…

Fue la primera vez que pasó con algo que no era el humo del incienso, pero bueno, la ventana está detrás de la estufa, por lo tanto, seguí aferrada a que eso tenía una explicación lógica, todos podemos ver cosas en el vapor de agua, en los dibujos que va haciendo la humedad en la pared. Las calles, animales, lugares y personas que soñamos, que creemos ver en el agua, el café o la bola de cristal, son imágenes que ya vimos en esta vida que se vive ahora, la que inició con nuestro nacimiento y terminará con nuestra muerte, ¡ah, porque cómo fregaron los hermanitos con eso de la reencarnación! Para ellos, Arturo no es de este plano, pero ya estuvimos juntos en otra época, y desde entonces, él todavía me quiere. ¡Pues qué manera de reafirmarlo!

Vagas aspiraciones religiosas, es un síntoma que se atribuye a las fases avanzadas de alcoholismo, pero considero que es común a todos los enfermos mentales. La forma de vida que tenemos, patrocina la frustración; no es casual el hecho de que me de por jugar con la baraja del tarot únicamente cuando tengo pareja y la relación anda mal.

Con los médiums de la calle de Gante, vi muchísima gente en trance, pero me impresionó el que llamaban “Hermano Rayo Cristalino”, a medida que avanzaba su discurso, los ojos se le hacían ovalados, le brillaban mucho, aumentaba su estatura; nos llamaba a todos los presentes “carnes putrefactas”. En el cuartucho del señor Molina, Dolores, de quien decían tomaba posesión Jesucristo, cuando estaba en trance, el fleco y las cejas se le volvían más espesos.

Cuando la gente se asume perseguida, hace todo lo que Dios le da a entender; pero en realidad no hay dios que nos de a entender algo; está el razonamiento y la capacidad para enfrentar y resolver los problemas. Mamá alguna vez me platicó que en la casa de la risa le hicieron una observación: mientras no dejara la religiosidad, no tendría posibilidades de sanar. Quizá para la psicología, dejárselo todo a Dios sea lo mismo que echarle la culpa al Diablo; un modo de enmascarar nuestro miedo de vernos tal cual; de aceptar que somos lo que pensamos, lo que decimos y hasta lo que callamos, tal cual.

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Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana IV

 

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Acepté la pobreza por orgullo

“En la población humana la impotencia es un requisito de una sociedad opresora, y la familia desafortunadamente suele educar fuera del poder y autonomía y educar en la disciplina y docilidad para las reglas autoritarias. La formación en la impotencia, interpretar el papel de Víctima en el Juego del Rescate, hace que la gente crezca con un sentimiento de que no se puede cambiar el mundo.”

Claude Steiner.

Soy una intelectual pobre, y fue necesario llegar a este punto para comprenderlo. Aún desconozco si en verdad recibí de niña la orden de ser pobre, o nada más acepté la pobreza por orgullo; sin embargo, para mí, no es únicamente carencia de dinero, sino también de seres queridos.

En realidad, no he terminado de aceptar que estar sola es un estilo de vida. He pasado  más tiempo sola que con un hombre. Siempre ha sido lo mismo: cuando más a gusto estoy con mi existencia, aparecen y al aceptar a alguno, el que más me guste, el que mejor, no importa el que mejor qué, paso de estar carente de compañía masculina, derechito a la frustración, porque el cariño, el apoyo, todo lo bonito que me ofrecen al principio, me lo arrancan de cuajo en la primera oportunidad y nunca más lo vuelvo a ver, ni lo vuelvo a sentir. Entre más tiempo paso sin pareja, más tengo la convicción de que soy fuerte y puedo conmigo misma; tomo decisiones, dispongo de mi tiempo y mi dinero como mejor me parece, pero no les caigo bien a otras mujeres; probablemente esto causó que se acabara la amistad con Irma y con su mamá.

De joven soñaba con estar sola porque, a medida que fui creciendo, me daba cuenta de que la horda que tenía por familia me quitaba atractivo. Creo que llegué a avergonzarme de ellos en la medida en que lo hacían de mí. El sentimiento se engarzaba con la idea de que no podía aspirar a otra compañía. De cualquier forma, hice realidad mi sueño dorado, pero, al dejar su protección, pasé a vivir en vecindad. Creo que hasta en eso seguí el mandato que me diera mi madre, allá en la infancia: “No eres rica, hija, eres pobre”.

¡Y pensar que me lo dijo después  de agasajarme con una fiesta por haber cumplido ocho años de edad! Luchó hasta lo indecible por hacer el convivio, ¡claro! Los defectos de los niños ponen en entredicho la capacidad de la madre para educar; le interesó hacer la fiesta, para cuidar su prestigio. Tenía una niña taciturna, huraña y retraída, incapaz de socializar, que le estaba dando la balconeada de su vida.

Algo de eso intuía porque no moví un dedo para que la directora del colegio me diera los teléfonos de mis condiscípulas. Tuvo que ser ella quien habló con la religiosa, hasta contrató un pianista.

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La fiesta dio resultado. Bailé y canté. Al día siguiente, en la escuela, mis compañeras empezaron a aceptarme. Llegué contenta; en la noche, mamá tocaba su piano, me volteó a ver. Yo estaba haciendo la tarea. Entonces, tomó el cuaderno de dibujo, lo revisó hoja por hoja y me pidió que dibujara un material.

-¿No sabes lo que es un material?

-Sí. –le dije temerosa de no adivinar lo que quería, y dibujé algo como un gatito, muy pequeño, en el centro del papel.

-¡Ay, Adriana! Te pedí un material, ¡y mira nada más con qué garabato me sales! -recibí una perorata educativa para que no fuera desperdiciada y remató con la célebre máxima que me prohibía la riqueza y me imponía la pobreza como el único lugar que me correspondía para estar en el mundo.

En las escuelas antiguas, material era la letra que dibujaba el maestro en el pizarrón para que los niños la copiaran, ¡me estaba hablando como le hablaron a ella en su infancia! En unos términos que ya no se usaban en la escuela que me tocó.

Para mamá, todo aquel que no entendiera las cosas exactamente como ella, era un descerebrado, y la única prueba fehaciente de que se tenía cabeza, era adivinarle todo, decirle lo que quería oír, y aventarse como el “Borras”.

escuela antigua

Fui una niña desconcertada. Por un lado, se me impulsaba a que decidiera; pero al tomar iniciativas, mamá se encargaba de frenarme. Papá era igual, pero hizo menos daño porque siempre andaba de viaje, por lo tanto, el trabajo sucio, lo hizo más ella que él.

Según refirió papá, en el año l96l, mamá fue internada por primera vez en un sanatorio psiquiátrico y el doctor que atendió el caso, emitió un diagnóstico severísimo y muy poco alentador.

-Mire, señor Salas: su esposa tiene esquizofrenia. Es muy difícil convivir con este tipo de enfermitos, porque no suelen aceptar que necesitan terapia de control hasta el último día de sus vidas. Le recomiendo que se divorcie y le retire la patria potestad sobre sus hijos; aún son pequeños y puede repararse el daño que ya han recibido. Si lo desea, en este momento le extiendo el certificado para que lo lleve usted con un juez de lo familiar. También lo puedo poner en contacto con un abogado que se especializa en problemas familiares, para que se haga lo más rápido posible.

-Oiga, doctor, ¿quiere usted decir que cuando salga se debe encontrar con que ya no tiene casa, hijos, ni esposo?

-Exactamente.

-¡Eso es una jijez! ¡Pobre mujer!

-Ella no tiene remedio; usted y sus hijos, sí.

Tontonio, es decir, mi padre, salió de ahí haciéndole honor a su apodo. Trabajaba en Bayer de México, en la división de productos veterinarios. Esa era la labor que lo obligaba a viajar, o más bien, el alcahuete para no estar en la casa ni enfrentar la dificultad de convivir con una enferma mental. Esa chamba se la delegó a tres niños, o sea, mis hermanos: Alejandro, 9 años de edad, Ma. Alura, 24 meses de nacida, y yo, que apenas había pasado por cuatro Navidades.

Tontonio, que a veces era Mandonio, tiene el don de caer bien a pesar de sus grandes defectos. Era vendedor estrella y sus jefes le brindaron ayuda: le presentaron al mero picudo del bufete de abogados que le llevaba los litigios a la empresa, y le ofrecieron la dirección general de Bayer Centroamérica, cuya sede estaría no recuerdo si en Honduras o Nicaragua. Como le dijeron que allá se establecería, que ya no iba a viajar, no le gustó. Prefirió seguir siendo Tontonio Falaz Mánchez, marido de Roña Esmeranza Herrández Cargas, roñosa esmerada en cargar el error, por consiguiente, los frutos de tan dulce y cálida unión terminamos por ser los hermanos Falaz Herrández: Alocandro, Mariagrura –en la actualidad Marialurias- y una servidora, Agriana.

Tengo la impresión de que mi padre quizá esté seriamente perturbado. Hay hombres que toman por esposas a mujeres que no les convienen, para disimular sus miedos, no resolver sus problemas y echarles a ellas la culpa de todo lo que resulte fallido en la relación; si mamá se dejó maltratar hasta el punto, su locura es su atenuante, pero respecto a mi padre, si no está enfermo, sí es posible pensar en maldad.

abandonados

Tres años antes de huir de la casa, (iba en segundo de secundaria) Manuel, un sobrino de papá, nos frecuentaba. Mamá le proporcionó la llave y siempre llegaba a los pocos minutos de que la tía Esperanza se había ido. Me alborotó. Mi primo fue el primer hombre que deseé sexualmente, pero no le tuve. A los trece años, en esta sociedad urbanizada, la sexualidad es algo anhelado y temido a la vez. Pudo más el temor.

Al descubrir el abuso de confianza del pariente, mamá lo corrió; pero a mí me golpeó con el cordón de la aspiradora y no descansó hasta que yo admití en voz alta que era una puta.

El profesor Javier, mi primer terapeuta, hizo un comentario respecto a que mi madre había sido torpe, porque darle así como así la llave de la casa a un hombre jacarandoso en plena juventud, era ofrecerle el pichón al gavilán. También hizo la observación de que tratar de puta a una niña de menos de catorce años, es aventarla a que sea madre soltera, mínimo; y en efecto, yo fui madre soltera a los l7. Pasé las de Caín para sobrevivir y dar a luz; mamá conoció a mi niña al mes y medio o dos meses de que nació. Me miraba como si la hubiera decepcionado, pero creo que en realidad, más obediente no pude ser. No creo que se haya molestado porque salí con mi domingo siete; más bien le disgustó que el semental no haya sido Manuel.

Dice por ahí una canción que todas las mujeres tenemos nuestra acorralada. Con el primo no tenía escapatoria. El irigote que hizo mamá como parte de su juego, fue la Caballería Rusticana que me salvó, pero sólo por un tiempo.

Después de la tormenta familiar, el tercero de secundaria y primero de preparatoria los vi transcurrir entre clases de actuación a escondidas de mi madre en el Seguro Social; ella no aceptaba que  yo quisiera estudiar arte dramático, y me impuso fines de semana de “acercamiento a la divinidad”: íbamos a misa en un templo católico, después con los pentecostales, seguramente se llamaban así porque azotaban como costales cuando decían que estaban en trance; de ahí con unos médiums en la calle de Gante, para rematar en Tepito, en la casa de un señor que también hacía sesiones espiritistas. Esa era la vida con mamá. Ma. Alura, cuyas súplicas de que la dejaran seguir viviendo en el rancho de papá resultaron inútiles, no aguantó. Fue la primera en huir. Cuando me fui, la eminente y culta científica -mamá es cirujana dentista- degeneró en pobresora  undiversitaria al contratar a un brujo para seguirnos el rastro, y como de raza le viene al galgo, en Junio del 2003, despreciada por Arturbio, me descubrí aquejada del mismo mal: adjudicarle más eficiencia a un charlatán que a un profesional capacitado.

charlatanería

Mi primer psicólogo ya me había advertido que entre más odiara a mi madre, más me arriesgaba a ser como ella; en otra sesión afirmó: “Tú rechazaste a tu madre, y tu madre podía haberte dado cosas”. Ahí sí no estoy de acuerdo. Lo que me estaba dando, era pura enajenación, lunatismo, de la oferta sexual a mi primo, pasó a dejarme encerrada cuando se iba a trabajar, y ni así me tenía confianza. Hice una maleta con dos mudas de ropa, mi acta de nacimiento y un certificado de primaria. Eran todos los papeles importantes que pude rescatar. Saqué el pequeño equipaje sin que mamá lo advirtiera, le pedí a una ex compañera de la secundaria que me lo guardara. El 4 de Enero de l974, salí de casa normal, como quien se iba a la escuela, y fui a clases, pero ya no regresé. Pasé la noche en la sección de paquetería de Aeroméxico, en el aeropuerto, porque tenía la idea de que al día siguiente pediría trabajo de sobrecargo y de esa manera, resolvería la cuestión económica y estaría siempre de viaje, por lo tanto, mamá y papá no tendrían posibilidad de encontrarme.

Esa noche conocí al que sería padre de mi hija, en ese tiempo me pareció agradable, pero ahora lo veo como era: un cafre que me doblaba la edad y que no tenía empacho en hacer de cualquier mujer, una madre.

Entre todos los hombres que ahí había, hubo algunos que quisieron ayudarme de buena fe y otros que intentaron abusar; de todos me salvó Alberto, pero únicamente lo hizo para ganarse mi confianza. Me regalaba dinero y cuando ya me tenía comiendo de su mano, me acompañó a un hotel. Al menos fue agradecible que no se comportara con la violencia que los otros ejercieron y que de puro milagro me pude escapar. Alberto tuvo lo que a los otros les faltó: paciencia y astucia. No fue doloroso perder mi virginidad porque esperó a que me quedara dormida. Me despertaron sus jadeos y el peso de él sobre mí. Un mes más tarde, me descubrí preñada. El comenzó a esconderse, a negarse si lo buscaba. No faltó quién me dijera que estaba propalando que yo era una puta.

A los l6 años se tiene la más horrible de todas las edades: físicamente se es ya una mujer, pero moralmente, no hay todavía la entereza para decirle a ningún hombre que sí. Lo que este señor hizo conmigo, según la  ley se llama Estupro, a la mejor porque viene de la raíz etimológica es-tu-pro-ble-ma-es-tú-pi-da, que es lo que finalmente le vienen diciendo a la joven que pasa por lo que pasé. La fonda de Irma me recordó estos episodios de mi prehistoria. Hasta las mesas y las sillas me gritaban: “Es tu problema, estúpida”.

sueño roto

La fantasía de ser sobrecargo quedó en el bote de la basura. Preñada, sin dinero, sin ropa suficiente ni un lugar dónde lavarla y ponerla a secar, estaba en chino demostrar ningún grado de cultura ni pretender un trabajo decente. En el Mercado de la Merced  conseguí colocarme en un puesto de jarciería pero no duré ni quince días. Entraba a las siete de la mañana, salía a las 12 de la noche; ahí me daban de comer, pero, en una época en que el salario mínimo era de $52.00 pesos diarios por ocho horas de trabajo, ganaba quince pesos, y al salir, tenía que pedir limosna para completar lo que costaba una habitación en algún hotel de por ahí.

Uno de los compañeros de trabajo de Alberto me aconsejó que me fuera a Guadalajara; es la segunda ciudad importante del país, más chica y menos exigente. El me pagó el pasaje en autobús.

Llegué a la Perla Tapatía el l5 de Febrero de l974. En dos semanas, entré como mecanógrafa en el despacho de una librería que no tenía atención al público, pero sí un equipo de vendedores.

Hasta aquí, todo funcionaba, pero estaba esperando un bebé. El progreso que podía entrever se vino abajo. En la casa de huéspedes para señoritas donde vivía, comenzaron a tratarme como apestada.

Otra vez peregrinar; otra vez a padecer. Como ya disfrutaba de Seguro Social, el médico que me valoraba cada mes, me llevó con su familia, quien consiguió que ingresara en un lugar para madres solteras que se llamaba Casa de Belén, bajo la dirección de monjas franciscanas.

Allí tuve por fin un poco de estabilidad, hasta que recibí mis primeros 45 días de incapacidad y las religiosas me incluyeron en el grupo de las compañeras que no salían a ningún oficio ni oficina.

Hospicio argentino 1970. _ downloaded with UR Browser _

Todos los días llegaban a la Casa de Belén unos costales enormes de calcetines con algún defecto, generalmente un punto que se les había ido a las máquinas, corregible únicamente a mano, con un ganchillo especial. Era una labor de obrera calificada, por la que no percibíamos salario, las madres guardaban estricto silencio acerca de qué fábrica mandaba todos esos calcetines para su reparación.

En esa vecindad con fisonomía de convento, había dos categorías: las que salíamos a trabajar y aportábamos un dinero, éramos mejor tratadas; las otras, sí que estaban en la miseria, y quienes teníamos un ingreso, debíamos estar todo el tiempo vigilantes porque si no, nos robaban.

Hay industrias que dependen de la desgracia ajena. No tengo idea de qué hubiera hecho esa fábrica de calcetines, si no existieran chavitas deshonradas, indigentes y embarazadas a quienes explotar.

Conocí a muchas mujeres en mi situación, y otras tantas maneras de contemplar y encarar el problema: desde las sufridas y resignadas, hasta las importamadristas que tenían un hijo cada año para venderlo.

tráfico de bebés

Una noche, a escondidas, llegué a la sala donde tenían el teléfono y llamé a mamá. Me dijo que el fin de semana estaría por allá, que iría acompañada de papá.

El domingo, la directora llegó a despertarme y en cosa de dos horas, estábamos camino a México, en avión, papá, mamá, Alejandro, Minerva bebé, y yo.

Faltaban dos semanas para Navidad, todavía era l974. Antes de Reyes, el gozo, al pozo. Mamá se había hecho Testigo de Jehová, pero seguía citando las enseñanzas de los médiums de hacía un año. Era insufrible acompañarla en su camino por todas esas religiones tan disímiles. Me dolió darme cuenta de que nada más había regresado para seguir soportando la tortura de aceptar a un dios en el que ya no creía; de nada sirvió el esfuerzo de salir de ese hogar sin terminar la preparatoria, porque no tenía las agallas para llevar mi vida sin el embrollo de pertenecer a esa familia.

Me di de topes en la pared, me pregunté una y mil veces qué me pasó; en realidad, no tenía miedo de decirle a mi niña la verdad sobre su origen, pero lo que me hizo volver fue el miedo de pensar qué le iba a decir cuando me preguntara por sus abuelos, o sea mis padres, o por sus tíos, mis hermanos. Cuando nació, hubo una compañera de trabajo que me ofreció la posibilidad de que fuera adoptada por una familia rica de Monterrey. Ahora se que debí aceptar eso y olvidar para siempre a los míos.

En realidad perdí a mi hija cuando regresé al lado de mamá. Esa fue mi verdadera culpa. Siempre me preguntaré si no hubiera sido mejor dejar que la bronquitis que pescamos se volviera pulmonía, y morirnos las dos.

A duras penas pude esperar a cumplir la mayoría de edad, e inmediatamente hablé con una hermana de mamá, la Tía Alicia, que con tal de que no fuera yo a salir con otro niño, estuvo de acuerdo en que fuera a vivir a su casa.

Mamá puso el grito en el cielo: ella era una buena madre que me orientaba, yo no sabía cómo criar a un bebé, mi tía Alicia era una manipuladora y yo una pobre sin carácter, que se dejaba manejar de cualquiera, además, esa niña todavía no estaba lograda.

¡Vaya que le dolía perder el sitio de mando! No me concedía que estuviera ejerciendo mi libertad de la única forma posible: elegir de quién dejarme mangonear; y que no la haya escogido a ella, era un golpe a su amor propio que hasta la fecha, no ha podido digerir.

Llegó al extremo de arrebatarme a mi niña. Creyó que con eso me iba a detener. Se quedó boquiabierta cuando le dije, tranquila, “Sí, está bien, quédatela”. Después de una audiencia con los Testigos de Jehová, accedió a devolverme a Minerva.

familia rota

Con la tía viví alrededor de diez años, y mi segunda culpa fue dormirme en mis laureles, querer vivir como si todo hubiera sido un accidente, una pesadilla que gracias a Dios, había terminado. Volví a la escuela, terminé la preparatoria y presenté examen de admisión en la universidad para estudiar la carrera de Licenciado en Literatura Dramática y Teatro.

Tía Alicia decía que iba a morirme de hambre, papá opinaba que lo acertado era que dejara de trabajar para que hiciera una carrera brillante, y censuraba cualquier actividad recién emprendida que me pudiera llevar a ganar dinero. Cuando empecé a trabajar como actriz de radio y doblaje de películas al español, montó en cólera y dijo que esos trabajos eran para gente oscura, que López Tarso y Susana Alexander no andaban ahí, haciendo doblajes, que yo no era ninguna mediocre y que estaba llamada para cosas más grandes.

Alicia, mientras tanto, ponía cara de “oliendo mierda” cada vez que le daba dinero. Lo hacía desde antes, cuando trabajaba de secretaria, y terminé por ir a la despensa, hacer la lista de lo que iba faltando y llegaba con las bolsas del supermercado, pero ni así fue bienvenida la provisión que le daba.

Mi primer montaje profesional como actriz fue en invierno de l982, para Teatro Escolar de Bellas Artes; en l984, Alicia dejaba echar a perder la carne o la fruta que yo llevara, y si estaba ensayando o por estrenar alguna puesta en escena, aprovechaba para contarme anécdotas en las que resaltaba que ella tampoco se había recibido de Secretaria Bilingüe, y por lo tanto, siempre estuvo en un lugar que no le correspondió. No solo tenía envidia de mamá, sino también de mí. Una de las últimas veces que le aprovisioné la despensa, dijo con mucho coraje:

-Es que tú y tus hermanos son igual, no se resignan a que las cosas, pues no las tuvieron y ya, no, ustedes luchan.

Los 27 años me sorprendieron sin ánimo de recibirme y sin consolidarme en el teatro ni en ninguna especialidad artística.

La convivencia en casa de tía Alicia, era más fácil que con mamá, pero tampoco era buena, ni sana. Había otra tía, Cirenia, también hermana de mamá que me exasperaba cada vez más por su lentitud y porque siempre estaba ida. Llegué a agredirla físicamente, y cuando Minerva alcanzó los diez años, dejé en paz a Cirenia para ponerle quehaceres enojosos y maltratarla, como me hacía de niña mi madre.

Con Cirenia reñía de palabra y entonces intervenían todos para hacer lo que no hicieron cuando la golpeaba: defenderla.

En otra ocasión, Ma. Alura estaba conmigo en la cocina y cuando me dí cuanta, ya había derramado un litro de yogurt en la mesa del antecomedor;  inmediatamente mi hermana llamó a papá y Alicia, dando voces como si me hubiera caído desde una azotea; por el modo en que me trataron, que me hizo sentir inválida, me dio muchísima rabia, pero pude contenerme. Salieron todos habloteando y mientras deliberaban en la sala,  aproveché para limpiar lo que había ensuciado. Pensé que no era conveniente aislarme; siempre que tengo problemas o que me siento angustiada, busco la soledad y mi primer impulso fue aislarme, pero algo me dijo: “No, no te lo permitas, esta vez no te conviene. Ten calma, quédate sola, pero no te aísles.”

Para mí, que esa fue palabra de Dios, si es que hay Dios, y si existe un ángel de la guarda, segurito que él habló. Lo que haya sido, qué bueno que hice caso. Ese día iban a trasladarme a un manicomio con tantitito que hubiera dejado salir el enojo que sentía.

Dos días después, Ma. Alura metió en la lavadora ropa suya a lavar. Alicia estaba sentada en la cocina y viendo la maniobra de mi hermana, que estaba metiendo más ropa de lo que era una carga normal, no dijo ni pío y, al quemarse el motor, Alicia y Ma. Alura me estaban culpando. La lavadora se había descompuesto.

De nuevo esa voz interior se hizo escuchar: “Tienes que marcharte”, me preguntaba, pero, ¿y Minerva?  “A ella no le va a pasar nada, la que corre peligro eres tú”.

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Mi desgracia no fue tanto ser mujer en edad fértil, como carecer de la suficiente bondad: ¿quién era la niña para no sufrir? Yo también había sido pequeñita; igual tuve derecho a que me preservaran de pleitos y de peligros; tampoco tuve la culpa de los errores de la familia, ni había pedido venir: aún así, fui aventada al matadero.

Hablé con Minerva y le dije que me iba, que dónde quería quedar: en la casa de Alejandro, que ya se había casado y a quien propuse su adopción, o con un director de cine, cuyo abogado me concedió una entrevista.

Después de tantos años de estudiar para ser alguien, me descubrí como a los l6: derrotada, y con la convicción de que no podía darle a mi hija nada que le sirviera para vivir.

Todavía lo creo. Minerva hubiera podido tener el mismo techo y la misma ropa que he tenido; comida, a mi lado tampoco le hubiera faltado, pero hubiera ido a una escuela de gobierno; hubiera vivido en vecindad; eso de que la pobreza no es maligna si hay suficiente cariño, es una mentira. Cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Tampoco aquí queda el dicho de que la carga hace andar al burro; las mujeres todavía tenemos una posición inferior a los hombres para ganarnos la vida, y las que logran subir ejerciendo una profesión, es al precio de quedarse solas y de que las tilden de locas, lesbianas, o putas.

En AA he conocido a muchísimas “buenas madres”, “mujeres heroicas” que se quedaron solas con uno, dos, o más hijos, que viajaron por años en su nube pensando que educaban muy bien a sus nenitos; que eran la mujer orquesta, una extraña maravilla entre padre, madre, proveedor y no te entiendo, y tuvieron que aterrizar en grupos como Al Anon porque, “sin darse cuenta” su prole quedó convertida en un hatajo de drogos, ratas, briagos, etc. Desde luego, dan gracias a Dios en tribuna de que el etcétera no haya tenido lugar.

¿Qué mérito como madre hubiera tenido siendo así? ¿Qué clase de aprecio se le demuestra a un hijo poniéndolo en contacto con el lumpen? Lo más seguro, es que termine siendo una escoria; la condición de ave fénix, de blanco plumaje, que cruza el pantano sin mancharse, corresponde a muy contadas personas del sector económicamente acomodado.

Si no me hubiera alejado de mi madre y de mis tías, hubiera perdido la razón, como la perdió Cirenia. ¿Qué baluarte emocional hubiera sido entonces para mi hija? Sólo pude elegir entre darle coraje o darle vergüenza. Ella, ahora, es una madre de familia estable, con una casa propia, un buen nivel económico. Sé muy bien que no es resultado de mi esfuerzo pero, de no haber puesto mi granito de arena, su presente de ningún modo sería el que goza hoy.

Nadie, (ni las tías ni mis hermanos) me pudo disuadir de que me fuera, entonces, papá intentó evitar “la ruina moral que te aguarda”, y me ofreció su casa, hasta me planteó como una ventaja que disfrutaría el hecho de que casi no estaba ahí, porque seguía viajando “por cuestiones de trabajo”, como lo hacía en mi niñez.

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Lo que es no fijarse, papá me estaba enseñando, o más bien recordando otra regla del juego: si el rescatista no jode al rescatado, no hay rescate de verdad. Un día llegó enojadísimo, había tenido un pleito con la esposa de Alejandro:

-¡Guadalupe ya debería estar tratándose p’a tener otro hijo! ¡Es lo malo de casarse con una mujer que ya está cuarenteando! ¡Se lo dije a tu hermano! ¡Una pinche vaca vieja ya no da!

-Mira, la decisión de tener o no tener más hijos, nada más ellos la pueden tomar.

-¿Qué tienes en la cara? ¿Por qué estás toda hinchada?

-Me asaltaron. Cuando llegaba del teatro.

-¿Pues a qué horas estás saliendo?

-A la una y media de la mañana termina la función.

-¿Y tan siquiera ganas bien? Mira hija, estás emperrada en andar en algo que no te rinde, dedícate a otra cosa.

Respiré hondo y medité mi respuesta. Sabía que de lo que dijera dependía que me echara en ese momento o que siguiera viviendo con él.

El asalto había sido la noche anterior. Un solo tipo. No quería dinero. A golpes me pidió que le hiciera una felación, pero antes, me zarandeó para que lo acompañara a su casa. Me zafé. No sé de dónde, pero saqué valor para decirle que no, que lo que quisiera conmigo era allí en la vía pública, que no lo iba a acompañar a ningún lado.

-Entonces, ¿no te importo?

-¡No!

Tuve pavor, él amenazó con sacar una pistola si no le hacía la caricia que exigió. Aquel ser estaba tan torturado, que no disfrutó lo que había conseguido. Empezó a llorar y a decir sus cosas, oportunidad que aproveché para suspender la inesperada chamba y dedicarme a escuchar. Como en casa de tía Alicia, una voz interior, que en otras palabras es una manera de presentir, me aconsejaba: “No te muevas, aguanta vara, te va a dejar ir”. Y así fue.

-Mira, papá, lo que va a venir pasando, es que el día menos pensado, llegues de uno de tus viajes, y ya no me vas a encontrar.

Se lo cumplí. Me llevó un año diez meses dar el salto, asumir que era pobre, que tendría que vivir con estrechez y enfrentar esa ruina moral que me estaba esperando, según él. Una vez que llegué a la vecindad, el tribunal de justicia, la brujería y el chisme se hicieron presentes en mi vida con toda su capacidad de mando; porque son herramientas de control disfrazadas: de paliativos para el pobre, y de bártulos de guerra para el rico.

paliativos

 

 

 

Tabernícolas, huevosaurios, pedodáctilos y mamuts sin lana III (Para merecer a la reina de Saba)

Por aquellos días invité a Irma a casa a tomar un café. Estuvimos platicando hasta cerca de las once de la noche. Pues está bonito tu cuarto -dijo Irma-; yo me imaginaba otra cosa. No me pareció bien que Arturo te haya criticado, que se ubique y si quiere una con casa bonita, que se la busque en Las Lomas. Fue la única cosa acertada que dijo en todo el tiempo que la traté. Para merecer a la Reina de Saba, primero hay que ser el Rey Salomón.

Frases de desengaño

Salvador Allende,el inmundo antisemita.

No me extraña. Este señor debió haber sido formado por profesores nazis. La crema y nata de los funcionarios del tercer reich se fue a esconder o como dirían ellos «a rehacer sus vidas» en el cono sur y no estuvieron inactivos. Fundaron escuelas, comercios e instituciones de «beneficencia», todo esto enfocado a inculcar la noción de «raza superior» y el desprecio hacia «las razas inferiores». ¡Eso fue lo que aprendió el señor en la escuela! ¿Qué esperaban?

PATRIA JUDÍA

La cara oculta de un icono progresista

LTY.- “Los hebreos se caracterizan por unas formas determinadas de delitos: estafa, falsedad, calumnia y sobre todo usura… Estos datos hacen sospechar una influencia de la raza sobre el comportamiento delictivo”.

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